Un referendum ha hecho temblar los cimientos de la Unión Europea. Este instrumento que en determinados países es necesario llevarlo a cabo para poder pertenecer esta organización, ahora también se ha configurado como causa para hacerla tambalear. En una lógica raciona, por tanto, ideal, la consulta al pueblo sobre el futuro de su país puede entenderse como un cabal paso a seguir. Sin embargo, en la espiral globalizadora, de continuos riesgos infundados, de desconfianzas irracionales en la que nos encontramos sumergidos, este instrumento de la democracia se convierte en la principal arma de destrucción. La situación alarmante de Grecia requiere de ese rescate, eso sí aceptándolo sin fisuras. Esta victoria de la política ante los mercados ha durado poco. Papandreu acepta retirar el referendum si se forma un gobierno de coalición, es decir, aceptando tomar la decisión por parte de las fuerzas del Parlamento consiguiendo así una mayor representación de la ciudadanía. Sin embargo, en casos como éste vuelve a tener vigencia el debate sobre la representación de los ciudadanos, ¿hasta qué punto la decisión de nuestros representados puede ser identificada con la voz del pueblo? ¿El mandato representativo debe tener límites? ¿Se debe optar por la revocabilidad del mandato? Mientras esto sea así, instrumentos más participativos como los referendum quedarán desdibujados y pues las decisiones tomadas del Parlamento se erigen como la genuina voz del pueblo. Por lo menos, estos aforados se encuentran guiados por el bien común ¿o no?.
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